El agosto salvaje universal
Me besas, te beso, centenares de miles de terminaciones nerviosas descorchan un champán de los buenos, y, en el segundo siguiente, se emborrachan de escalofríos hasta olvidar que una vez tuvieron una temperatura superior a los treinta y siete grados de media. Me besas, te beso, nos besamos. La memoria obvia de repente la manera exacta de conjugar el resto de personas. En la calle, a más de cincuenta grados y sin escalofríos, vemos a través de la ventana cómo suda la Humanidad entera en el agosto salvaje de la Península Ibérica. Los gordos van cayendo primero, incapaces de encontrar una pareja de baile. Las ancianas se abandonan a la muerte. Los jóvenes guapísimos de esta generación descubren tarde que han perdido la sensibilidad de sus pulgares y sus índices. Maldita tecnología. Pronto hay cadáveres por todos lados, pero ni una gota de sangre. No es un diluvio esta vez, ni me llamó Noé ni tú como quiera que se llamase su mujer. Es u...